Comencé a aprender a caminar llevando puestas unas férulas anti-equino y con muletas.
Periódicamente acudía a sesiones de rehabilitación y de electroterapia en las extremidades.
Muy lentamente se fue mejorando la sensibilidad de pantorrillas hacia abajo y al cabo de un
tiempo me sustituyeron las férulas por un artilugio con un muelle atornillado al zapato del pie derecho,
que es el más dañado, y pude cambiar las muletas por un bastón.
En aquel período conocí cómo olía el suelo de varias calles de Alicante.
Lo peor era el empezar a aceptar la nueva situación sin caer en el desánimo, cuando todo dependía
de una posible metástasis, a alguien se le escapa algo como "seis meses", y el estado físico en que me
encontraba era lamentable, (40 kilos de peso y muy mala asimilación de alimentos).
Así que no quedaba otra que echarle coraje y vivir cada día con la mayor intensidad posible y conjurar
los miedos con un: mañana tengo que hacer esto o aquello o aprender algo nuevo.
Desde entonces he tenido algunos altibajos, algún nuevo ingreso de pocos días por temas relacionados
con la alimentación o anemia, pero lo maravilloso es que la vida sigue deseando ser vivida.